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20 de septiembre de 2008

Tenis: Nadal derriba un castillo y Ferrer desarma un cañón

Aparece Sam Querrey por el patio de cuadrillas y es el Joker de Batman. Clavado, comisuras en las orejas como si se riera del mundo. Pero no tiene ni pizca de gracia, ni pizca. Desde su 1,98 y sus golpes planos amenazaba tormenta y de la gorda. La altura del escenario tampoco tiene gracia, ni el discurrir del sol hasta ponerse arriba, lo que hace la bola más viva y el saque más acelerado. Todo eso es americano, bazas de ellos, munición contra los españoles. Pero aún así, con el aceite hirviendo que derramaba Querrey desde sus almenas, los analistas miraban con displicencia hacia la pista. «Bah, paquetón, filete, maletilla...». No les gusta Querrey a los puristas. Demasiado grande, torpón en los movimientos, errático cuando dispara en marcha. El asunto era Rafa, al que sólo había que esperar: «Ya llegará». No lo hizo en el primer set porque Querrey lanzó su saque plano a tal velocidad que no se veía, y luego una derecha sólida. Sam leyó el guión que le dio el tío Sam y «Morenito de Manacor» se vio en problemas. Saque abierto y derecha de ventilador. Y aún así, jugando al «trantran», sirviendo con segundos saques, no viendo los servicios del estadounidense, Rafa se mantenía en la pelea, pero perdió la muerte súbita porque hizo una doble falta en el momento más inoportuno.

Un Ferrer de granito
Así que tocó levantar el partido a puro músculo. Entró en juego pronto, subía él y vio que en el camino de bajada se cruzaba con Querrey, que se iba desmoronando. Fue un asunto físico. Una tarea de demolición trazada con paciencia y perseverancia. En la segunda hora de partido el sol le derretía la gorra, el cuero cabelludo y los sesos. A Rafa esas cosas -el sudor, el calor asfixiante, el polvo reinante, el juego de minero- le eleva enteros. «Baja a la cueva conmigo que te vas a enterar», parecía proponerle al rival.

Aunque perdió el servicio en el primer juego de la segunda manga, remontó en el cuarto, recuperó el «break» y comenzó a ahogar al gigantón. Cuando rompió de nuevo en el momento oportuno, en el décimo juego para igualar el choque, el aire olía a norteamericano fiambre, camino de la caja.

El segundo partido discurrió entre el primer servicio de Roddick y el entrar y salir del encuentro de Ferrer. Con servicios de 238 kilómetros por hora, ni siquiera David era capaz de ver la bola. Cuando Andy atinó (segundo y tercer set), todo parecía perdido para Ferrer.

Pero David es de granito, dedos de acero para aferrarse a la pista. Al alicantino hay que sacarle de la pista con los pies por delante para ganarle. Con una sola rotura de servicio sobre el saque del rival se mantuvo en juego, alargando los puntos, cargando sobre el revés de Andy, aprovechando los pocos segundos saques del rival.

Con trabajo de hormiga, «ya te pillaré, ya flaquearás», Ferrer fue andando pasito a pasito, sin desmayo, hasta que en el decimotercer juego Andy falló una volea de revés y se fue al mismo cementerio que Sam.

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